Frío y silencio...

El cant dels ocells y el himne de la pau (discurso ante naciones Unidas de Pau Casals)

Hace hoy diez años, sobre las 7'30 de la mañana aproximadamente, estaba haciendo lo mismo que hago prácticamente cada mañana en días laborables. Desayunaba mientras veía las noticias. Cuando comenzaron a llegar en aluvión noticias de sucesivas explosiones en trenes de cercanías de Madrid no podía creérmelo. Mi primer hijo contaba con escasos cinco meses de vida, mi mujer lo sostenía en brazos mientras ambos veíamos angustiados las escenas del horror.

Aquella mañana hacía un día frío y gris. En aquél momento yo ocupaba la primera tenencia de alcaldía del Ayuntamiento de Ibi. Nada más salir de casa acudí al centro cultural de la villa para ver qué hacíamos con los actos programados para los días sucesivos. Pocas horas después tomábamos la determinación de suspenderlos todos. Sin duda, la gravedad de los hechos produciría una situación de duelo nacional.

Lo que luego sucedió es por todos conocido. En aquella época contaba yo con 32 años de edad y, como muchísima gente que perdió la vida o alguno de sus familiares o amigos en aquellos trenes que les llevaban a sus quehaceres diarios, yo tenía proyectos vitales, personales, profesionales y familiares. La sin razón, el fanatismo y la violencia sesgaron cientos de proyectos vitales de tantas otras personas que intentaban vivir su vida.

Por las circunstancias de mi cargo político en aquél momento lo recuerdo aún más si cabe con más nitidez. Al día siguiente Ibi sacó a la calle la mayor manifestación de duelo que jamás recuerdo. La gente sólo quería expresar su dolor, su repulsa a semejante barbarie y su solidaridad con las víctimas. También recuerdo perfectamente que, quien presidía entonces la corporación no vaciló ni un ápice en atribuir en su discurso la autoría del atentado a ETA. Aquello, lógicamente, conllevó que pocos días después la oposición planteara un pleno para reprobar la conducta de quien en lugar de respetar el duelo y la reacción noble de un pueblo, no vaciló en atribuir lo que creía que más convenía a los intereses del partido entonces en el gobierno.

Y esto no merece más comentario porque el tiempo, los tribunales y las circunstancias han ido poniendo a todo el mundo en su sitio. Pero cada vez que en estos diez años tengo que pasar por la estación de Atocha me vienen a la mente los rostros silenciosos y ensangrentados, las lágrimas y los alaridos de rabia e impotencia. Cuando este fin de semana ojeaba la prensa donde diferentes reportajes conmemoraban el atentado, mis hijos me preguntaban dónde era eso y sobre todo ¿por qué? Cuando trataba de explicarles de qué iban todas esas explosiones y dónde eran, el pequeño me decía ¿a tí no te pasará eso papi? No hijo. Es lo que queremos creer. Es lo único y principal a lo que aspiramos, a vivir y convivir en paz.