Ibi, ciudad sin ley

Imaginemos una situación de una ciudad cualquiera en un país cualquiera. Una persona o grupo de personas deciden montar un negocio. Concretamente un bar. Como lo van a hacer en los bajos de un edificio de viviendas, pensarán que además de hacer los presupuestos que afectan al que va a ser su propio negocio, encargar los proyectos que necesiten y tomar las medidas de seguridad y demás a que la ley les obligue, deben de pedir al Ayuntamiento los permisos correspondientes.

De todo lo anterior, no sabemos nada, pero el caso es que llega el día en que el bar en cuestión comienza a funcionar. Los vecinos de la finca donde se ubica, especialmente justo los que viven encima del bar, comienzan de buen rollo. Al fin y al cabo, con la que está cayendo, nadie quiere fastidiar a nadie, y dan un margen de confianza. Entre semana y en horarios "normales", más o menos todo bien. El problema es cuando llegan los viernes y los sábados, cuando el griterío, el cachondeo y las molestias impiden el normal descanso de los vecinos. A parte de que como las cosas al parecer no las hicieron como es debido, los olores de la cocina perfuman toda la finca.

Seguimos con este bar imaginario, de un pueblo imaginario y de un país, también imaginario. El vecino directamente afectado y el administrador de fincas de la comunidad en cuestión acuden al ayuntamiento para comprobar si el bar abrió con las licencias y permisos oportunos. Oh maravilla, el bar en cuestión abrió sin licencia, sin permisos y llevaba un año ya funcionando. Para acabar de adobar la cuestión y, tras las quejas de los vecinos, requerido el propietario del bar por el ayuntamiento para presentar toda una serie de documentación, que tendría que haber presentado antes de abrir y no después, se decreta orden de cierre. El cierre dura un día. El dueño del bar va a hablar con la alcaldesa de esta ciudad imaginaria y al día siguiente vuelve a abrir, a pesar de que hay un decreto ordenando el cierre hasta que acredite al menos haber iniciado todas las medidas y modificaciones para la que se le requieren.

El vecino sigue alucinando porque, no teniendo bastante con haber tenido que soportar durante un año las molestias de un negocio que se abrió sin tener las condiciones y los permisos para hacerlo, ve delante de sus narices cómo el Ayuntamiento, que tiene que velar porque las cosas se hagan como es debido, y al que le paga al año sus correspondientes impuestos para mantener a las autoridades y a los funcionarios que tienen que hacer que la ley se cumpla, se chulea en su cara y hace caso omiso a los escritos, requerimientos y quejas. Al vecino le quedan varias opciones: 1.- vender su piso, tirar la toalla e irse a intentar vivir a otra parte. 2.- Irse al juzgado y gastarse dinero y muchos años probablemente en que le den la razón. 3.- Pegarle fuego al bar. 4.- Pegarle fuego al Ayuntamiento

Esta ciudad imaginaria es Ibi, que, aunque parezca mentira forma parte de un Estado democrático y de una de las veinte primeras economías del mundo. También formamos parte de Europa, en teoría adalid de los derechos y paladín de la seguridad jurídica. En esto Ibi, al parecer también es una especie de paraíso fiscal para los derechos, porque la seguridad jurídica que hay en Ibi para montar un negocio, comprarse una vivienda o simplemente vivir, es parecida a la de Uganda o Venezuela. Porque esta historia del bar es verídica, pero podríamos trasladarla a cualquier otra empresa que quiera montar un negocio. ¿Qué papeles hay que presentar? Pues depende de lo bien que le caigas a la alcaldesa y de las órdenes que reciban media docena de funcionarios en puestos clave del Ayuntamiento.