Imputados en las listas

Leía la semana pasada que en varios diarios de las islas baleares, habían planteado una encuesta similar. ¿Cree que personas imputadas deberían de figurar en listas electorales? La respuesta, con el valor estadístico que se le quiera dar a las encuestas de este estilo, fue unánime, abrumadora y aturrulante. Tres de cada cuatro ciudadanos lo tenían clarísimo. Ni de coña.

En algún Diario, como "El Mundo" en su edición balear, era aún más apabullante. El 87% de los lectores votantes consideraba que personas imputadas no deben de figurar en listas electorales. De hecho, la mayoría de los delitos llevan aparejada como pena habitual a la que se imponga como principal, la prohibición de sufragio pasivo, es decir, no poder concurrir a unas elecciones, además de la inhabilitación para ejercer cargo público, que para el caso, tanto da.

Curiosamente, con la cantidad de políticos imputados que ahora mismo puebla la fauna ibérica y, en particular, la valenciana y alicantina, la escasez de dimisiones desborda la paciencia de cualquier ciudadano con un nivel de decencia medio. Los partidos están practicando ese deporte tan español que consiste en "cogérsela con papel de fumar" cuando les interesa y entonces, depende de quién sea el político, del miedo que se le tenga, de cómo tenga cogido por sus partes blandas al dirigente del partido, se le dimite o cesa o sin embargo se le permite que siga en su cargo con la tan manida excusa de "no hay sentencia, sólo acusaciones probablemente infundadas". Algunos deben de estar frotándose las manos ya que, en este río revuelto de políticos enmierdados hasta las trancas, el desánimo cunde en la gente y muchos piensan, "que les vote rita". Lo que sucede es que muchos de los que legítima y justificadamente deciden expresar su cabreo no votando o votando en blanco, no se dan cuenta de que, aunque la participación baje, los cargos públicos a repartir son exactamente los mismos, los carguetes de confianza, los amiguetes a colocar, los coches oficiales y las monsergas varias. Así, se consigue la perversión del sistema, salvo cuando cada cierto tiempo se produce una nueva catarsis democrática y el pueblo da lecciones difíciles de olvidar.

Esto último sucede cuando el ciudadano, que tiene un poder excelso con su voto, se cabrea más de la cuenta y decide apostar por otras vías para que al menos los que mandan, manden un poquito menos y estén más controlados. Basta con echar un vistazo a nuestra querida y "pobreta" villa juguetera. En tres años y cuatro meses de mayoría absoluta se han batido todos los records posibles de meteduras de pata, gestión desastrosa, escándalos, dimisiones, ceses, expulsiones, enfrentamientos, investigaciones en los Juzgados y abusos de poder de toda condición y pelaje. Esa chulería, créanme, solo tiene una medicina. Pero, ¿conseguirán colárnosla otra vez?