Cruz Roja y la concejalía de Medio Ambiente acuerdan emprender acciones
conjuntas para la conservación del entorno
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La concejala de Medio Ambiente, Blanca Navarro, y Cruz Roja han acordado
colaborar en diferentes acciones destinadas a conservar el entorno natural
del m...
jueves, 19 de agosto de 2010
(malos) Hábitos veraniegos
Hasta para un no fumador como yo, puede resultar comprensible que para los que sí lo son, echarse un cigarro estando tranquilamente relajado en la playa, mirando el mar y disfrutando de un tiempo de relax, puede ser un acto tolerable y del que nos podemos hacer cargo. La nicotina es una de las sustancias más adictivas que existen y los que están enganchados tienen derecho a acceder a sus dosis, especialmente si se encuentran al aire libre.
Hubo no hace mucho tiempo alguna propuesta para limitar espacios para fumadores en las playas, lo cual, si la categoría más maleducada de los adictos al humo se sigue empeñando, lo acabarán consiguiendo por descabellado que nos parezca. Al fin y al cabo, las prohibiciones y limitaciones surgen en la mayoría de los casos o bien cuando se abusa de la falta de educación y de no respetar el espacio del otro, o bien por cuestiones de orden público. Mientras no se demuestre lo contrario, el humo del cigarrillo molesta (y mucho) a los que no fuman. No digamos ya, los restos de sus colillas previamente chupadas y convenientemente exprimidas. Digo esto, porque son los propios fumadores quienes deben de empeñarse en que, si quieren seguir fumando en espacios públicos, dicho vicio se practique al menos con las mínimas normas de civismo, higiene y educación. En suma, ejerciendo eso cada vez menos habitual en fumadores y no fumadores, el respeto.
Estoy harto de llegar a la playa, espacio público que de momento sigue siendo de todos, plantar la hamaca, la sombrilla y los cubitos de playa con sus correspondientes palas y rastrillos, y tener que andar vigilando continuamente que los niños no se metan en la boca las toneladas de colillas que el incívico fumador maleducado ha enterrado cuidadosamente en la arena, porque al señor (o señora) no le ha apetecido llevarse un cuenquito de plástico, una cajita, o lo que sea donde depositar sus asquerosas colillas o directamente tirarlas a la papelera. Es cojonudo ver con qué cara tan dura luego pretenden algunos defender su derecho a fumar donde les salga de las narices. ¡Y un carajo! Mientras no se demuestre lo contrario, quienes plagan las arenas de las playas españolas de colillas, son fumadores. Maleducados, eso sí, pero fumadores. Traslademos esto, para que los fumadores no piensen que es manía persecutoria, a los retrasados mentales ( aquí ya rozan la delincuencia), que hacen su botellón en la playa y amablemente rompen alguna botella en pleno estertor etílico. Al día siguiente, muchos niños y mayores clavarán algún vidrio en sus talones y se acordarán del padre y de la madre del botellonerus-incívicus.
Da igual colillas, que restos de botellón, o mierda en general, falta mucha, pero que mucha educación, civismo y respeto.